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¿Soledad con compañía?

¿Soledad con compañía?

El envejecimiento de la población puede considerarse un éxito de las políticas de salud pública y el desarrollo socioeconómico; sin embargo, constituye un reto para la sociedad porque debe adaptarse a ello en aras de mejorar la salud y la capacidad funcional de las personas mayores, su participación social y su seguridad.

En los países donde nace un bebito con una crecida esperanza de vivir y se registra una disminución de la tasa de fecundidad, se incrementa la cantidad de ancianos. Hasta hace alrededor de un año Argentina, Chile, Colombia, Cuba y México eran las naciones más envejecidas de América Latina.

En la provincia de Camagüey, Cuba, la cifra de quienes sobrepasan los 60 años de edad supera los 140 795 —el 18,5 % de su población—, y casi 170 de estos son centenarios. La esperanza de vida al nacer es de 78,5 años; en las mujeres, de 78,45; mientras en los hombres, de 76,52

Para convivir con una población envejecida hay que prepararse, tanto las autoridades sanitarias, el Estado, la familia, y el propio adulto mayor, pues es vital que él cuide de sí mismo. Aquel que envejece ve afectada su calidad de vida por razones obvias, con el consabido aumento de los costos en la asistencia de salud, y si esta persona se cuida, luego de una buena orientación y educación a ella y a su familia, su existencia transcurrirá con mejor calidad.

En lo personal, pienso en lo que le viene encima a un camagüeyano que se jubila o peina canas y aún tiene deseos de vivir. Esta es una ciudad con tradición cultural, pero como todo el país con dificultades en el transporte, y la nuestra con calles enrevesadas y limitadas al tránsito de vehículos estatales.

¿Cómo un anciano puede trasladarse hacia el teatro, a una galería de arte? No le queda otro remedio que hacerlo a pie. ¿Y cuántas veces podrá complacerse a sí mismo si sus condiciones físicas son limitadas y frágiles, aun cuando su cerebro funcione a toda máquina? Y solo me detengo a pensar en el lado bueno del asunto, porque harina de otro costal son las salidas a hospitales o turnos con el médico, acciones que traen aparejados vacíos enormes a los bolsillos al acudir a transportes alternativos, como los bicitaxis.

Pero la ancianidad impone desafíos que van más allá. En cualquier hogar cubano cohabitan hasta tres o cuatro generaciones, con esa aura de unión y solidaridad, que ha ido cambiando y no precisamente para bien.

Los niños que nacen y crecen entre abuelos, quienes se ponen a su altura, los protegen y son hasta sus cómplices de travesuras, viven un amor que solo ellos saben explicar; y los ancianos, por su parte, no sufren tanto aquello de nido vacío cuando sus hijos escogen pareja y emprenden su propia familia.

No obstante, esos que no dejaron el nido tienen obligaciones laborales, los abuelos se encargan de los nietos y otras labores, algo cómodo, siempre y cuando esa generación intermedia no desatienda del todo a sus retoños. Al llegar estos últimos a la adolescencia y juventud comienzan su etapa de despegue y una suerte de cadena que en ocasiones se traba.

La generación intermedia continúa su vida laboral y sus hijos defienden —como es natural— el espacio entre sus coetáneos. Esas dos generaciones entran y salen de casa, y no pocas veces, ni siquiera echan una mirada a sus mayores. La vida impone rapidez y se van olvidando de esos que están sentados en sus balances, leyendo los que pueden hacerlo, al frente de la televisión, esos que fueron los puntales de la casa y van entregando el mando a sus continuadores.

El amor se siente, se enseña y se aprende. Amar no es garantizar alimentación y ropa limpia. Un beso antes de dormir representa más que un plato de comida. Tener la paciencia de escuchar historias, quizá las mismas una y otra vez, y hablar con los viejitos los hace sentir útiles. Debe ser desalentador crear una familia con amor y esperanza, sobre todo acerca del futuro de los hijos y nietos, y de pronto ser multiplicado por cero o ignorado. Entonces, escuchamos a menudo: “Mis abuelos o —mis padres— están deprimidos”.

Con los años las horas de sueño cambian, también los deseos de comer y hasta el hábito de bañarse, pues en ocasiones la piel de los viejitos es tan frágil que el agua duele, por lo que hay que tratarlos con paciencia, y un amor que nunca será suficiente.

Cuánta decepción podrá sentir y tolerar una persona lúcida, a veces con demasiados años encima, al verse rodeado y solo a la vez. No hay geriatra, psicólogo, psiquiatra, casa de abuelos, hogar de ancianos, ni medicamentos capaces de sustituir lo que la familia puede ofrecerle. Ese sentimiento de soledad con compañía lastima más que si no la tuviera.

Al acompañar a los viejitos haciéndoles sentir importantes y al atenderlos, estamos siendo paradigmas ante nuestros hijos, el ejemplo vivido les proporcionará un mejor futuro, ese que llega más rápido de lo que uno piensa. Si brinda un mal ejemplo mañana podrá usted ser víctima de lo mismo, de ese devastador sentimiento de soledad con compañía. Valga esta reflexión a propósito de ser hoy 1ro. de octubre, Día Internacional del Adulto Mayor.

Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Foto: Leandro Pérez Pérez

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