El 13 de diciembre del 2019 publiqué esta entrevista con el Dr. Miguel Emilio García Rodríguez, alguien a quien admiro. La retomo porque es la mejor manera que encuentro para homenajearlo. Hoy lo despidieron de su hospital universitario Manuel Ascunce Domenech porque se nos va de Camagüey. A él le dije y digo aquí que lo extrañaremos mucho, suerte de quienes contarán con su talento y éxitos para él; y como siempre le digo: Nunca dejes de operar.
Hace apenas unos años conocimos al Doctor en Ciencias Médicas Miguel Emilio García Rodríguez, ese que además es Máster en Urgencias Médicas, Profesor e Investigador Titular, y especialista de 2do. Grado en Cirugía General y en Administración y Organización de Salud. Con esos logros profesionales, más su apariencia que impresiona, llegó a dirigir el hospital universitario Manuel Ascunce Domenech, de esta ciudad. No supimos qué juicio certero hacernos de él, solo el tiempo y la profesión nos posibilitaron conocer sobre su vida, la que nunca imaginamos a primera vista.
—Nací el 28 de abril de 1964 en la antigua Colonia Española de esta ciudad, hoy hospital pediátrico Eduardo Agramonte Piña, y a las 48 horas me trasladaron para Nuevitas, de donde eran oriundos mis padres, sobre todo por parte de mi papá, porque mi abuelo materno vino de España en la época de la Guerra Civil Española.
—Así comenzó nuestro diálogo y agregó:
—Por parte de mi papá la tradición era ser pescador y práctico del puerto, y por la vía materna mi abuelo, de empleado de una tienda y con mucho trabajo y esfuerzo logró tener sus propios negocios y tierra, era muy perseverante. Tuve una infancia muy normal en Nuevitas, en ese sitio he pasado mis mejores y peores tiempos. Mi padre era muy querido y según oí siempre muy buen práctico en el puerto, incluso fue el encargado de todo el movimiento de los barcos a la entrada y salida para Angola, en tiempos de la guerra.
“Acerca de mis peores momentos me refiero a que en el 1976 mi madre falleció debido a una hemorragia subaracnoidea, al parecer por una malformación vascular intracerebral, de esa época que aún era un niño, recuerdo al Profesor Oliverio Agramonte Burón, gran cirujano aún en activo y que fue muy especial en lo relacionado con mi mamá. Su muerte me marcó para siempre, ella decidió quedarse a vivir en Cuba, pero toda su familia marchó a los Estados Unidos. Al faltar ella mi padre asumió el doble rol, pero confieso que mi madre me hizo mucha falta cada minuto de mi vida. Ella y su familia eran muy católicos y así nos crió a mi hermana y a mí, al morir ella nunca más fui a la iglesia, tenía apenas 12 años y no entendía cómo si yo era tan bueno cómo era posible me la llevaran así. Todo eso causó disturbios en mi vida.
—¿Dónde cursó sus estudios y cómo llegó a la Medicina?
—Los primarios y secundarios transcurrieron en Nuevitas, el preuniversitario lo realicé en Sierra de Cubitas. Mi inclinación era ser Ingeniero Naval, parece que por la influencia del entorno; sin embargo, el deseo de mi papá no era ese, él quería que fuera médico. En mi juventud fui uno más, me comportaba como la media de esa época y seguía con mi empeño de esos estudios, para lo que había que salir del país, en los entonces países socialistas. Sobra decir que mi padre estaba negado rotundamente, y la Medicina no era que me desagradara, pero no la tenía en mis planes; no obstante, por complacerlo a él cambié la carrera, fui de la media, nada descollante. Él fue admirador de los médicos y era amigo de varios, entre ellos del Dr. Bárbaro Armas Pérez, cirujano del hospital Amalia Simoni y para quien tengo un aparte, él trabajó allá.
“No le bastó a mi papá con pedirme que fuera médico, sino igual que me hiciera cirujano y confieso que era muy dependiente de él y de sus órdenes, por así decirlo. En primer año de la carrera entré por primera vez a un salón de operaciones con el Dr. Ramón Romero Sánchez, con quien me unen lazos familiares, además, y la verdad no me desagradó.
“En los dos primeros años de la carrera fui dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), ya en el tercer año pasé al hospital clínico quirúrgico Amalia Simoni, y allí empecé en la cirugía de manera estable con el Dr. Bárbaro Armas, con ese de quien tengo recuerdos desde que era un niño. Con él me unen lazos muy especiales, a su lado pasé el tercer, cuarto y quinto años y el sexto en Nuevitas. Cuando tuve la oportunidad de estar al lado de Bárbaro ya me identifiqué con la cirugía y muy bien con la carrera de Medicina, ya era otro.
“Por diversas causas cuando me tocaba la especialidad no pudo ser, me ubicaron en el municipio de Sierra de Cubitas a hacer el postgraduado porque preferí no dedicarme a otra. Allí me mantuve por tres años, ejercí en la policlínica en la consulta de medicina interna. En ese territorio me hice médico para toda la vida, fue una experiencia única, hacíamos de todo, chocamos con una realidad tremenda. Obtuve varios reconocimientos como Vanguardia Nacional, y el 5 de noviembre de 1990 comencé la residencia en cirugía general, había una plaza, optamos algunos, me seleccionaron para realizarla en el “Amalia Simoni”, hospital con el que me mantuve muy vinculado y con el Dr. Bárbaro, mi paradigma en la cirugía, y mi padre no sanguíneo, pero sí profesional y en todos los aspectos de mi vida.
“Ese es un hospital que amo, fue mi escuela, mi todo, mi formación médica y de la especialidad se la debo a ese centro. De allí admiro a todos mis profesores, algunas ya fallecidos, y a todos mis compañeros de trabajo, y me refiero a todos, médicos y no médicos. La especialidad la hice en tres años y tres meses porque debido a mi desempeño pude adelantar el primero y tercer años. Me gradué de cirujano el 8 de abril de 1994 y el 2 de mayo siguiente comencé en Nuevitas, donde permanecí durante 17 años; allí fui jefe de servicio de cirugía general, vicedirector quirúrgico, director de la Filial atendiendo la Asistencia Médica. Fue otra escuela para mí aunque ya como especialista, lugar en el que me entregué en cuerpo y alma, y en esa época me hice especialista de 2do Grado, obtuve la categoría de Profesor, me hice Doctor en Ciencias Médicas, obtuve el Sello de Forjadores del Futuro y Premio a Personalidad de las Brigadas Técnicas Juveniles (BTJ), también cumplí misión internacionalista en la República Popular de Ghana, donde fui jefe regional de la zona Koforidua, en un hospital que supera las 500 camas, y en poco más de dos años operé a más de 2 000 pacientes, allí me hicieron Hijo Adoptivo como reconocimiento también al trabajo comunitario.
“En la misión fui Vanguardia Nacional y en Nuevitas igual durante dos años, me estimularon con el Premio del Ministro de la Salud, que se entregó por única vez a finales de la década del ‘90, y la Tesis Doctoral fue seleccionada como un proyecto nacional”.
—¿Cómo llega a Camagüey?
—A finales del 2010 la entonces Rectora de la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay, la Dra. María del Carmen Romero Sánchez, quiso que asumiera el decanato de la carrera de Medicina, ese era un reto mayor, lo pensé mucho porque creí me alejaría de la cirugía, y siempre tuve la idea de si regresaba a Camagüey retornar al “Amalia Simoni”. Finalmente vine en mayo del 2011 como Decano de la Facultad de Medicina e inmediatamente me vinculé a este hospital, al “Manuel Ascunce”, para continuar la asistencia, ya con el perfil de tórax que traía de Nuevitas.
“Desde que regresé a Camagüey me empeñé en tratar de unificar la cirugía de tórax, llevarla a diferentes cirujanos y así mantener el legado de mis profesores. Luego de tres años como Decano pasé a desempeñarme como Vicerrector académico de la Universidad hasta el 2015, que me propusieron dirigir este hospital, algo que tampoco tenía en mis planes, pues pensaba seguir como cirujano al cesar en la Universidad Médica. La decisión fue colegiada con mi familia y aquí estoy.
“Esta es una tarea ardua y difícil, es uno de los cinco hospitales más grandes de Cuba, tiene 38 servicios de salud y 24 servicios médicos y fue donde se fundó la docencia en la provincia, y esta vida gerencial que tuve antes me ha servicio, eso sí, nunca he dejado la asistencia, y el 75 % de la cirugía que hago es torácica”.
—¿Aparte de sus profesores hay personas que lo han ayudado a crecer como profesional?
—No habría sido posible sin el apoyo familiar, mi esposa, mi compañera durante 30 años me ha respaldado en todo momento, y mi hijo, que ya es médico y hace estancia en cirugía general con aspiraciones de llegar a la cardiovascular, es mi orgullo, fue el mejor graduado, es muy estudioso. Cuento con una familia corta, pero maravillosa, y tengo una hermana que nos hemos querido mucho, a pesar de que ella decidió emigrar.
“Mi padre falleció a los 90 años, nunca quiso irse de Nuevitas, él disfrutaba sentarse en el portal de su casa en la calle Maceo y oler el salitre, eso no lo cambió por nada. Mi padre fue muy recto, nos crió a la antigua.
—¿A él le agradecemos el médico y el cirujano que es?
—En buena medida y hoy lo agradezco, no considero que he tenido un coeficiente elevado de inteligencia, pero he perseverado y me propongo metas cumplibles. Me siento satisfecho con lo alcanzado, aunque confieso que a la vez soy inconforme hasta luego de cirugías exitosas. Mi determinación de no abandonar el país ha sido mía y mi sentimiento de cubanía se la debo a mi padre también, siento orgullo de mi nación, me gusta mi Cuba.
Al término de una exitosa intervención quirúrgica, acompañado de su equipo y de residentes en la especialidad. Foto: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)
—¿Qué siente cuando sabe que uno de sus alumnos extranjeros asegura que tiene las manos de Dios?
—La definición que tengo de Dios es hacer el bien. Me esfuerzo y sufro con cada paciente, me gusta identificarme con ellos y eso es bueno y malo. Cuando sale bien todo la alegría es infinita, pero soy un ser humano y trato a seres humanos, y si las cosas no terminan de manera satisfactoria lo sufro mucho.
“De lo que sí estoy claro es que cuando pongo mis manos encima de un paciente trato de hacerlo con amor, independientemente de su origen, de sus creencias, su ideología, de su sexo, nada de eso es importante para mí, el ser humano es lo que me interesa y por ese lucho, y si Dios existe, si me dio el don de interactuar con la Medicina y de prepararme para hacer el bien, entonces eso sí debo agradecerlo y allí cuenta todo el que me ha formado. Manos de Dios es un don que debe tener todo médico”.
—¿A quiénes ha venerado entonces?
—A mi familia y a mis profesores. El respeto que siento hacia mis profesores es algo superior, a algunos que he visto llegar al fin de sus vidas lo he sufrido como si fueran mi padre. Ramón Romero ha sido mi guía en la parte científica, con una visión de futuro muy importante. He sido muy afortunado porque Bárbaro Armas es otro científico que conjuga su cerebro con sus manos como cirujano y para escribir, algo que hace muy bien.
“Debo mencionar al Profesor Amaranto Borges, ya fallecido, y ejemplo en este tipo de cirugías, o sea, torácicas, para muchos especialistas, era una eminencia, junto a Bárbaro Armas, y estoy seguro que entre ellos dos forjaron mis manos, junto a otros imposibles de mencionar, y eran como los Jinetes de la Apocalipsis de esa época en la cirugía de ese hospital, incluso, cuando trabajé en Nuevitas llevé a los doctores Borges y Bárbaro muchas veces para que me apoyaran en algún que otro caso.
—¿A la vuelta de los años, si le dieran a escoger entre tantas responsabilidades?
—Fuera todo de nuevo. Primero médico, cirujano, y ser director me ha formado como mejor persona, la vida me ha dado la posibilidad de vincularlo todo. Me veo como un conductor de un barco, ese al que renuncié para ser médico, y los resultados de este son del colectivo.
“Cuando los estudiantes hablan bien de la enseñanza, cuando los profesionales salidos de aquí tienen logros aprendidos entre estas paredes, hace que uno sienta un sano orgullo. Pese al bloqueo que nos imponen desde los Estados Unidos, que es real, y estar convencido de que tenemos muchos problemas externos, hay otras limitaciones internas que a veces no las sabemos enfrentar, y eso está demostrado. En este centro tenenos la cifra histórica de alrededor de 26 000 intervenciones quirúrgicas anuales, y este año, con mucho menos recursos que el anterior que no cumplimos lo previsto, ya sobrepasamos esa cifra.
“Una de mis misiones aquí es hacer entender a las personas que vivimos en este hospital, porque es así, vivimos, que esto es ofrecer salud, no trabajar por trabajar, y cada uno de nosotros debe administrar lo que tenemos a nuestro alcance para darle a las personas lo que realmente necesitan”.
—¿El 2019 le trajo estímulos especiales, puede mencionarlos?
—En la versión provincial del XLIV Concurso Premio Anual de la Salud, obtuve el Gran Premio en la categoría de Investigaciones Aplicadas: Programa de atención integral para pacientes con cáncer de pulmón, mientras en el XIV Congreso Internacional de Cirugía Emilio Camayd Zogbe me otorgaron el Premio, primera vez a un camagüeyano, por el impacto científico y social de la investigación: Programa de atención integral para pacientes con cáncer pulmonar, presentada en la categoría de tema libre, pero fíjese, en todos los casos es un reconocimiento a un grupo de personas que no descansan en brindar lo más preciado que puede tener un ser humano que es la salud. Es la faena de un equipo de profesionales que avanza con inteligencia y que lidero desde hace algunos años, pero no soy yo solo, es un orgullo de muchos.
—Para responder en algo el inicio confesamos que este hombre de elevada estatura, de fuerte apariencia y andar seguro, se nos presenta desde hace mucho como alguien noble, un ser humano increíble, sencillo y entregado en cuerpo y alma a su profesión. Es alguien a quien todos terminamos llamándolo Miguelito o Migue, así de simple, porque cuando lo conocemos él mismo se encarga de que lo veamos como el amigo, y si tenemos la fortuna de ver su desempeño en un quirófano, entonces creemos de verdad que estamos en presencia no solo de las manos de Dios, sino también de su corazón.
Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)
Foto de portada: Leandro Pérez Pérez