Condecito: un héroe anónimo
Damaris Hernández Marí, profesora en las carreras Periodismo y Comunicación Social de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, me pidió publicara aquí esta entrevista realizada por ella cuando daba sus primeros pasos en los estudios de la carrera. Gustosa accedí, primero por ser una joven colega que admiro; y segundo, por tratarse de un médico querido. Ella creyó oportuno hacerle este exordio, algo que pienso es necesario para entender, y se los dejo. Gracias.
Cuando un amigo se nos va nos quebranta el alma porque supone decirle adiós, hasta nunca, hasta más ver. Hace poco el neonatólogo Dr. Arturo Conde Ramírez decidió partir de este mundo, pero es de esos hombres que amén de las distancias físicas dejan huellas indelebles en todos aquellos que conocen. Muchas camagüeyanas y camagüeyanos vieron la luz gracias a él y muchos estudiantes de medicina aprendieron cómo se materializa el amor y la entrega en una de las profesiones más humanas viéndolo obrar cada día en el Hospital Pediátrico Eduardo Agramonte Piña, de Camagüey, Cuba, al que dedicó gran parte de su vida. Aún recuerdo cuando empezaba a estudiar Periodismo y nos pidieron que hiciéramos una entrevista a alguna personalidad de la provincia, y enseguida pensé en Condecito —como cariñosamente lo llamábamos— el médico prestigioso, el profesor consagrado, el vecino servicial, el amigo entrañable. Aquí la comparto como sencillo homenaje a quien merece nuestro agradecimiento por haber existido.
El mayor anhelo de cualquier periodista es entrevistar a una personalidad, a esos hombres y mujeres cuya vida y obra los ha colocado en la palestra pública, a tal punto que con solo decir su nombre atraen multitudes ansiosas de estrecharles la mano. Pero… ¿y qué me dicen de esos héroes cotidianos confinados al anonimato, esos que desde muy temprano encontramos desandando nuestras calles camino al trabajo para servir al pueblo – y servirlo bien – y de los cuales, sin embargo, desconocemos su historia? El neonatólogo, Dr. Arturo Ramón Conde Ramírez, es uno de esos héroes cotidianos al cual muchos camagüeyanos y camagüeyanas le deben la vida ¿Cuántos al nacer habrán sido recibidos por él?.
Condecito, como cariñosamente le llaman familiares y amigos, me recibe en su casa con una sonrisa en los labios. La sala, ambientada con estantes de libros perfectamente clasificados, revela su gran afición a la lectura y su constante estudio de la literatura médica. Conde me abre la puerta a su hogar y relata su vida en un hablar pausado que no cree en premuras, lección tal vez aprendida en su trato con pacientes y alumnos.
— ¿Cómo su niñez marcó al hombre que es hoy?
— Nací en Camagüey el 12 de noviembre de 1948. Mi niñez transcurrió en esta casa, donde viví con mis padres y mi hermano, nacido cuando yo tenía once años. Realmente fui muy feliz.
“Mis padres pertenecieron al Partido Socialista Popular, presidido por Blas Roca Calderío, por lo que desde pequeño me formé en el seno de una familia revolucionaria.
"Mis estudios transcurrieron siempre en esta ciudad. A los doce años, en 1960 ingresé en la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) y en 1962 pasé a la Unión de Jóvenes Comunistas, por lo cual fui fundador de la misma. Durante mi estancia en la AJR ocupé el cargo de secretario general del comité de base.
"En el año 1978 pasé al Partido Comunista de Cuba (PCC), donde actualmente milito. He sido miembro del Comité del PCC por varios años en los diferentes hospitales en que he trabajado y fui miembro del Comité Municipal durante mi estancia en Nuevitas".
— ¿Qué le cautivó de la medicina que lo llevó a decidirse por ella en 1967?
— Me incliné hacia la medicina por dos motivos fundamentales. Primero, sería el primer médico de la familia, y segundo había una gran necesidad en el país de especialistas de la salud. En esos años la mayoría de los médicos lo abandonaron y se fueron a otros lugares en busca de mejoras económicas y sociales, lo cual creó un déficit de personal médico en los centros de salud. A la nueva generación nos tocó asumir ese gran desafío.
"Comienzo estudiar medicina en Santiago de Cuba en el año 1967 hasta el cuarto año. A partir del quinto año regreso a Camagüey porque ya se había inaugurado aquí la facultad.
"Y al terminar la carrera en 1973, soy ubicado en el Hospital Comandante Piti Fajardo del municipio Florida y me desempeño allí como Jefe de Pediatría hasta el año 1980. También he prestado servicios en los municipios Carlos Manuel de Céspedes, Nuevitas y en Camagüey, mi ciudad natal".
— ¿Por qué tanta pasión por la pediatría?
— Siempre me gustó trabajar con el niño. Es más difícil. El adulto al llegar a la consulta puede explicarte qué siente, dónde es el dolor; pero los niños pequeños no saben decirte qué sienten, en qué lugar les duele. En el caso de los neonatos que atiendo, no hablan siquiera y como médico tengo que interpretar los síntomas a partir de su llanto, del reconocimiento clínico que les hago y de la información que puedan brindarme los padres. El éxito del tratamiento depende de los conocimientos, las habilidades y la intuición que el pediatra haya adquirido con la experiencia. Eso sí, para ser pediatra tienes que amar a los niños.
— ¿Por qué trabajando en Camagüey decide ir a prestar sus servicios al municipio de Nuevitas?
— En el año 1985 se inaugura el Hospital Martín Chang Puga, de Nuevitas y se requería que médicos de Camagüey prestaran sus servicios en él. Ante esta necesidad decidí dar el paso al frente y fui como especialista en recién nacidos. Nunca antes en ese lugar hubo una especialidad como esta. Fue una experiencia muy bonita, guardo gratos recuerdos de ese hospital, del cual fui uno de sus fundadores y en el que trabajé durante 18 años.
— En 1985 termina el primer grado de la especialidad de neonatología, sin embargo continúa sus estudios…
— El fin de todo médico es alcanzar la categoría de segundo grado, aunque esta se obtiene únicamente en Cuba. Significa más años de experiencia, estudio, profundidad y solidez en los conocimientos, lo que permite atender con mayor profesionalidad a los pacientes. Esta categoría tiene un reglamento muy estricto; si no lo cumples no puedes obtenerla.
Muchos tal vez no sepan del gran valor de este hombre de menuda complexión física y poco entrenamiento militar que se alistó en las filas de la brigada médica que cumplió misión internacionalista en Angola.
— Corría el año 1978 cuando se hizo un llamado a los médicos integrados políticamente. Te diré que fui como médico general, para atender heridos y otros menesteres de la guerra. Así pasé algún tiempo. Después se enteraron de que yo era pediatra y comencé a trabajar en un hospital de maternidad en Luanda. Luego me trasladé a un municipio para inaugurar la especialidad de pediatría y por último trabajé como médico para adultos en las caravanas militares.
— ¿Qué le aportó en su carrera el haber permanecido 18 meses en Angola?
— Aprendí mucho como médico: que se puede ejercer la medicina sin muchos recursos y que se puede curar a veces con una sonrisa.
Aún hoy se emociona cuando habla de esta tierra hermana. Su mirada se escapa como aferrándose a los recuerdos que prefiere no comentar ante la petición de una anécdota.
— Realmente el pueblo angolano es humilde. A lo largo de la historia fue reprimido por muchos países que saquearon sus riquezas y lo mantuvieron en un estatus de colonia. Por eso su sistema de salud era precario. Cuando conoces a los angolanos y sientes amor por ellos son incondicionales. ¿Recuerdos gratos? Muchos, muchos. Otros, por lo demás, muy duros y crueles, como las emboscadas, las bombas en los caminos, los bombardeos nocturnos en los cuales vi morir a varios de mis compatriotas…Prefiero no tocar ese tema.
Arturo no es solo médico. El magisterio ya forma parte indisoluble de su vida y no se imagina sin esas ocho horas diarias que dedica al arte de enseñar y que muchas veces se multiplican.
En el momento de esta foto impartía clases a dos estudiantes argentinos.
— ¿Qué experiencias conserva al saberse formador de nuevas generaciones de médicos desde hace cuatro décadas?
— Ahora en 2011 se cumplen cuarenta años. Recuerdo que en 1971 impartía clases de Anatomía en la Escuela de Enfermería de forma gratuita. Cuando vas por la calle o llegas a algún lugar y te reconocen como su profesor es una forma de alimentar el espíritu de maestro que todos llevamos dentro.
"Actualmente me dedico a la docencia de Pre-cátedra de Pediatría en la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay, de esta ciudad, donde atiendo a los estudiantes de cuarto y sexto años".
— Y al saber que sus conocimientos y un pedacito de usted se hallan diseminados por África y Latinoamérica en los jóvenes que ha ayudado a formar, ¿qué siente?
— Es lindo, es saludable tener la oportunidad de ver fotos o videos en los que reconozco los rostros de mis alumnos trabajando en otros países. Y cuando tengo contacto con ellos y me dicen: “gracias a usted hemos llegado hasta aquí”, me lleno de satisfacción —refiere algo sonrojado, como quien no cree merecer tantos elogios—. Es bueno saber que estás ejerciendo la medicina no por el dinero, sino por la deuda que tienes con la humanidad.
Aunque su modestia le impide hablar de sus éxitos, el doctor Arturo Conde ha participado en más de cincuenta eventos científicos provinciales y municipales relacionados con la pediatría. Participa en el Congreso Nacional de Pediatría que se efectúa cada dos años y fue delegado al Congreso Internacional de Neonatología 2010, celebrado en Cuba por primera vez. Numerosas son las distinciones de este médico, Máster en Atención Integral al Niño, entre las que resaltan, la XXX Aniversario de la Fundación de la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay, la medalla de trabajador internacionalista 1980 y la medalla José “Piti” Fajardo por treinta años de servicio en el sector de la salud.
— ¿Quién es Arturo Conde cuando no viste la bata blanca?
— Pues un hombre que disfruta de su familia y de su tiempo libre. De vez en cuando hay que escuchar música, ver la televisión, un video, tomarse un café con las amistades… Ahora que los tiempos han pasado y ya las hojas que le van quedando al almanaque son menos tengo la necesidad de este tiempo en familia. Me encanta leer, es una excelente manera de relajarme y aprender, pues el médico al igual que el periodista debe aprender y estudiar diariamente. “Aunque mis horas libres son pocas, las aprovecho para compartir con mi esposa Marieta, que es enfermera y siempre ha sido mi compañera de luchas, y con mi hijo Arturo, que no siguió mis pasos en la Medicina, sino que se inclinó por la Contabilidad.
—A su casa acuden madres y padres buscando atención médica para sus pequeños hasta altas horas de la noche. ¿Qué significa ser esa persona en la que se depositan todas las esperanzas?
— Cuando era joven me disgustaba que me molestaran fuera del horario de trabajo. Ahora lo veo como una necesidad tanto para el paciente como para mí. Comprendí que la carrera de médico es de veinticuatro por veinticuatro horas y que se es médico todo el tiempo. Si no me “molestan” no estoy realizado, no soy feliz.
— ¿Qué le recomendaría a los jóvenes galenos que hoy se inician en la pediatría?
— La pediatría es una especialidad que en nuestro país cuenta con muy pocos profesionales. Hay un principio inviolable y es que tiene que gustarte trabajar con el niño, tienes que amar al niño. El pediatra es un sacerdote del infante. Si no te gusta ni te asomes a ella. Pero de que estamos necesitados actualmente en el mundo entero de esta especialidad es una realidad absoluta.
—Y si no hubiera sido pediatra, ¿qué otra profesión le hubiera gustado ejercer?
— Esa pregunta es muy fácil y a la vez muy difícil de contestar. Cuando tú eres joven fuiste de una forma y ahora eres de otra, porque los cambios te ayudan a pensar. Por lo tanto he pasado desde limpiabotas hasta aviador, pero si tuviera la oportunidad de volver a vivir elegiría nuevamente mi profesión.
Y es que para Arturo Conde la medicina es: “Ayudar a la humanidad sin condiciones. La medicina es igual a cualquier religión, si crees en ella es para entregarte en todos los aspectos y no para verla con fines de lucro. El dolor humano es infinito como infinito es el deber de ayudar, al único precio de estar en paz contigo mismo”.
Me voy de un hogar que me acogió como a una amiga. Es tarde, pero aún no termina el trabajo para este héroe del día a día, llegan una madre con su hija en brazos necesitados del tratamiento oportuno y dos alumnos en busca del consejo certero del tutor para su tesis final.
Me voy convencida de que este hombre sencillo continuará salvando vidas en el anonimato aunque lo encuentres al doblar la esquina de una calle cualquiera y no lo reconozcas.
Texto y fotos: Damaris Hernández Marí (Profesora Universidad de Camagüey)
11 comentarios
Bruno Brígido -
Cuqui -
Arturo Conde -
Cuqui -
También la agradezco en nombre de la autora de la entrevista y espero no sea esta la única y última visita al blog...
rafael gomez villalobos -
Cuqui -
Cuqui -
Maira Méndez Marzo -
roberto hernandez conde -
Saludos de Roberto y familia
Cuqui -
Pero veo, que al fin la encontró.
Nada de agradecimientos. Fue una deferencia el que Damaris pensara en mi humilde blog para publicarla, los merecen los dos; ella y el Profesor Conde.
Roberto Hernández Conde -
Muy agradecido porque tan amablemente accedió a publicar en su blog la entrevista de mi hija, que fue como Usted aclara un trabajo de curso cuando ella daba sus primeros pasos en el peridismo.
Gracias, gracias y nuevamente gracias.