Cachinero es un mensaje silente de amor
Si me pidieran describir a Edgar Cachinero Guerra, desde afuera, comenzaría diciendo que es un hombre de baja estatura, de hablar lo necesario y trabajar mucho. Desde dentro, añadiría que es un padre de familia que adora a Yamilé, su esposa, y a Claudia, su hija en plena adolescencia, y por sobre todas las cosas que posee un corazón de esos que no caben en el pecho.
Este amigo, sí, porque después que lo conoces te seduce y nunca más lo olvidas, labora desde hace 25 años en el Gran Hotel de la ciudad de Camagüey, que data de finales de la década del 30 del pasado siglo, ese que se levanta majestuoso y añejo en medio de la céntrica calle Maceo, en el área del Centro Histórico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad y otorgado por la UNESCO, tan visitada y fotografiada en los últimos tiempos por su cambio de look.
Allí encuentras a Cachinero solícito, amable, lo mismo en la ubicación de las maletas de los turistas arribantes o de los que se marchan, o parqueando un auto. Así transitan entre 10 y 12 horas de su vida cada día, por supuesto, con los beneficios económicos que el sudor de su frente le proporciona, pero lo más interesante no es ni siquiera que desde 1986 a la fecha Cachinero ha donado 10 mil dólares en efectivo a los servicios de la Salud Pública.
Y lo digo así porque sé que hace dos años atrás este amigo de poco hablar de él mismo pintó, con los recursos comprados con su dinero, la Sala de Cirugía de Mujeres, la de Patología, la farmacia y entregó un colchón antiescaras, todo en el hospital docente Oncológico Maria Curie, de esta ciudad.
Ahora supe que volvió a la “carga” y retomó la sala de Cirugía de Mujeres, el Departamento de Quimioterapia, y se enfrascaba en donar cuadros y macetas para ambientar el centro, además, de embellecer el pasillo central y la Sala de Hombres.
Lo visité en el hospital, pero no dejó su faena de pintor que asume en sus horas de descanso, aunque Otilio sí aprovechó su tiempo y lo fotografió, por eso lo “acorralé” en un in pass en su hotel e indagué acerca de cuál era la motivación que lo llevaba a gestos tan dadivosos a lo que respondió: “No he sido asistido aquí como enfermo, ni tampoco un familiar, pero es duro ver a las personas con estos padecimientos y si cada uno de nosotros se sensibilizara y diera un poquito de sus propinas, sería una ayudita”.
A lo que añadió: “Hago esto para que todo se vea más bonito, eso hace que los pacientes se sientan mejor, fíjate que hasta ellos, los enfermos, quieren ayudarme a veces, eso es increíble, lo agradecen mucho”, dijo con lágrimas en sus ojos.
“Tengo que decir que los trabajadores de mantenimiento y del almacén del hospital me ayudan a pintar, no me dejan solo”, afirmó.
Sin dudas, y quizás sin proponérselo él así, esta es una manera de paliar un poco el bloqueo económico, comercial y financiero que los Estados Unidos de Norteamérica mantiene contra Cuba y que tanto daña a los servicios de la Salud Pública, y aun así esta se ofrece gratuitamente.
Los mismos años de trabajo de Edgar en su querido Gran Hotel los lleva al lado de su esposa que lo apoya en sus ideas altruistas, porque Cachinero se ha propuesto una meta en su vida, en esta etapa en que el mundo se ve envuelto en conflictos bélicos, económicos, aparejado a un boom de nuevas e infinitas tecnologías; donde un grupo tiene mucho y muchos muy poco, con sentimientos como la envidia, el egoísmo y la falta de solidaridad. No, no se me había olvidado, ¿cuál es su meta?, de sus mismos labios salen estas palabras:
“Algunos días de cada semana llego a mi casa con los bolsillos vacíos, sin propina, esa la aparto y la ofrezco para el bienestar de estos enfermos”, algo así, digo yo: como un mensaje silente de amor.
Autora: Olga Lilia Vilató de Varona
Foto: Otilio Rivero Delgado
Corrección: Oriel Trujillo Prieto
2 comentarios
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ejemplo de altruismo y si vieras con cuánta sencillez y sensibilidad se
expresa.
También te agradezco por tus elogios y, sobre todo, por entrar a la página y
leer los trabajos. Gracias mil.
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Nelly Nafeh A. -