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“Dediqué 22 años al alcohol, no a mi vida”

“Dediqué 22 años al alcohol, no a mi vida”

Sería ideal que cada hora, minuto y segundo de nuestra existencia combatiéramos todos, desde el lugar que nos corresponde el uso indebido y tráfico ilícito de las drogas, ese flagelo que se convierte en una plaga infernal capaz de exterminar a cualquiera que lo contacte.

Por eso veo como una acción loable que a nivel mundial haya aunque sea una jornada anual de 24 horas —hoy 26 de junio— dedicada a la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, fecha escogida desde 1987 por expertos de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, con el propósito de que pensemos, analicemos y conozcamos un poco más acerca de tan difícil tema y considero como algo insustituible a acudir al testimonio de quien sufre en carne propia los embates del alcoholismo —droga portera— y el uso inadecuado de pastillas (psicofármacos y otras), esas que tomadas de manera indiscriminada y ligadas con el alcohol afectan directamente el cerebro.

Harto difícil para mí es llegar hasta un drogadicto; primero, por ese sentimiento de humanidad que una siente; y segundo, porque es sinónimo a inmiscuirme, aunque de buena fe, en la vida privada de quien ni si quiera has visto antes. Pese a que la fecha en sí misma puede llevarnos a pensar que el alcohol y las pastillas no son drogas ilícitas, es bueno reconocer que el consumo indebido de los comprimidos sí lleva a quienes los comercializan a un tráfico ilegal, pues no son ordenadas por el facultativo, ni empleados como la terapia para la que son producidos. David —así nombraré a mi entrevistado—, de 32 años de edad, vive en Camagüey, Cuba, terruño que lo vio nacer.

—¿Cuándo se inició en el consumo del alcohol?

—A los diez años. Por supuesto, no con grandes cantidades. El alcoholismo es una enfermedad lenta, progresiva y crónica. Procedo de una familia grande por parte de madre y de padre, siempre con las celebraciones presentes y la caja de cerveza o de ron, si no, no había fiesta.

"A esa edad tan temprana comencé con la gracia de un dedito mojado, después ‘un traguito para el niño’, hasta que llegué a la botella y dos botellas… Al comenzar los estudios de Secundaria Básica me creí mayor y buscaba el pretexto para beber. Luego estudié técnico de nivel medio en Electricidad en el politécnico de la Vocacional Máximo Gómez Báez y también me gradué en Electrónica. Nos reuníamos los compañeros y tomábamos. Recogíamos el dinero entre todos y así seguí, todo a escondidas de los profesores".

—Y luego de graduado, ¿empezó a trabajar?

—No, más adelante pasé el Servicio Militar en las Tropas Especiales. En esta época dejé a un lado la bebida y me dediqué a mi especialidad, aunque cuando salía de pase me daba mis traguitos, pero fíjese siempre mantuve un buen comportamiento, tanto así que integré las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), trabajé en la UJC Provincial cuatro años y las actividades que para otros eran pura diversión yo las convertía en pretexto y continuaba adentrándome en el vicio.

"Y como diría el doctor Pedro Hernández Mandado, profesional de aquí del hospital Psiquiátrico Rene Vallejo donde me encuentro para rehabilitarme, y a quien admiro mucho, uno se da cuenta de esta enfermedad cuando aparecen síntomas importantes, como me ocurrió a mí que si no me daba un trago no se me quitaban los temblores y mire —me enseñó sus manos con orgullo—, ya no me sucede. Tomaba el primer trago y ya no tenía control y seguía con más y más. Perdí mis trabajos, en el último pedí la baja antes que me botaran, no cumplía con mi deber a pesar de terminar los estudios con uno de los primeros expedientes del país".

—¿Siempre mantuvo el mismo buen comportamiento?

—Claro que no, como el alcohol va directo al sistema nervioso central ya no eres el mismo, dejas de ser tú para convertirte en alguien que nunca pensaste, maltraté a las personas que más quiero y que más me quieren, sobre todo al carecer de recursos para obtener mi propósito, porque beber y tomar pastillas cuesta. Mi propia familia no me soportaba, ofendí a mi abuela, me fajé con un tío. Llegaron a enfermarse, mi madre padece de los nervios y ni ella ni mi hermana se dan un trago ya, antes eran lo que conocemos como tomadoras sociales.

—¿Recuerda algunas anécdotas desagradables que ejemplifiquen cómo vivía?

—Imagínese si voy a olvidar. Llegué a caminar por toda Cuba, con mi botella en el bolsillo, recogía comida del piso y laticas para vender, me bañaba a veces en algún arroyo, en fin, no tenía vida. Me califico como el rey de las hipoglucemias en este país. En todos los hospitales provinciales me conocen por esta causa, además, padezco de pancreatitis crónica, úlcera gástrica, …, entre otras dolencias, por todo lo cual decidí rehabilitarme aquí en este hospital donde me han atendido muy bien, el trato de todo el equipo es exquisito y mi familia está empezando a creer en mí de nuevo.

"Le confieso que ya estaba en el escuadrón de la muerte, como decimos. Un día amanecí lleno de heridas en el hospital y no sabía qué había ocurrido. Caí en los raíles de la línea del tren y una señora pidió ayuda, la policía me recogió y llevó. Estuve cerca de morir en otras ocasiones, esto es muy triste rememorarlo, tengo en mi historia un intento de suicidio, iba con un grupo de amigos y me vino a la mente que nadie me quería y no le vi sentido a mi vida, salté y me tiré desde un puente; sin embargo, me recogieron y aquí estoy".

—¿Está casado?

—Tuve varios matrimonios y fracasaron por mi comportamiento, ¿qué mujer está dispuesta a pasar por tal situación y aguantar a un hombre así? Dediqué 22 años al alcohol, no a mi vida y mi cura está en mis manos y cuando salga de aquí ya no estaré en esta burbuja, me enfrentaré a esa realidad que es la de los “amigos” que apenas te ven sacan la botella o te hablan del tema y tengo que prepararme, una recaída es peor, el cuerpo pide más y más.

"Aquí ponen un porcentaje para desintoxicarte y la otra parte, la de mayor envergadura, la coloca uno y estoy decidido a recibir un medicamento muy fuerte que no admite alcohol ni en desodorantes y lo aplican bajo consentimiento informado en la capital. Es riesgoso, mas quiero curarme de veras".

—¿Cómo calificaría su juventud?

—En mi corta edad he quemado etapas terribles, incluso, algunas por las que no es obligado pasar, por eso le aconsejo a la juventud y a los niños que no lo prueben. Una persona en este estado se vuelve mentiroso, pierde la vergüenza, llega hasta a robar y a matar por conseguir el tóxico que necesita.

"Por suerte mantengo mis facultades mentales todavía. Exhorto a los alcohólicos o drogadictos que acudan a la rehabilitación, de lo contrario uno muere, porque acabas con tu vida social, familiar y la propia. Pensé varias veces que pararía por mí mismo y nunca pude, me engañaba yo, a mi madre, a mis vecinos y la ayuda profesional es la que lo ha conseguido".

—¿Qué siente ahora cuando se ve alimentado, limpio, con su familia de vuelta…?

—Como de vuelta a la vida, nací de nuevo y tengo proyectos como empezar a trabajar y cambiar por completo. A mi familia le creé la desconfianza, les mentí mucho. Mi madre, hermana, tío, abuelita me quieren y apoyan.

—Convencido del bien que provoca al publicar sus vivencias comentó:

—Con esta entrevista creo que ayudaré a otros, siempre hay quienes hacen suyo el mensaje y los padres también deben controlar a los hijos. Mi madre confiaba en mí y nunca pensó que estaba inmerso en esta situación. El exceso de confianza es malo, hay que controlar para evitar.

Agradezco a David su disposición, pero por sobre todas las cosas su sinceridad y deseo de que niños y jóvenes no transiten por experiencias tan amargas. También confío en él, sé que logrará su presente y su futuro, antes no vivía.

Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Foto: Leandro Pérez Pérez (Tomada de Adelante digital)

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