El Profe Oliva se queda
Hoy no se trata de disfrutar de una de esas entrevistas que el Profesor Manuel Oliva Palomino me ofrecía con un gusto tremendo; tampoco escribo acerca de una noticia que, como cualquier periodista quisiera ser la primera; más bien el asunto me incomoda, me hace torpe, sufro.
Ese amigo que apareció en mi vida en 1982, antes de trabajar en el periódico Adelante, y jamás me abandonó, ya no está en el mundo de los vivos, y digo así jamás me abandonó porque fui yo quien lo necesitó y mucho. Estuvo a mi lado por cuestiones de trabajo, por otras personales y él siempre ahí, presto a ayudarme. Amanecimos muchas veces en algún municipio detrás del Programa de Atención Materno Infantil, o mejor, detrás de que niños residentes en lugares apartados se mantuvieran vivos y sanos. Visitábamos casas de familias desconocidas y cuando nos íbamos me daba la impresión de que Oliva ya formaba parte de estas, siempre dejaba sus huellas, sus consejos, sus aciertos.
Oliva un amigo al que siempre traté de Usted y ahora quiero decirle tú e imagino esté contento por eso. Por esa dádiva de la comunicación estás repleto de amigos. No eras solo el médico que atendía al niño en el momento oportuno a base de ciencia constituida, lo acompañaba además, la ciencia de lo popular, de llegar a la fibra de un niño que luego no aceptaba a otro médico, a sus padres que después insistían en que él era el elegido, y a sus abuelos que se resistían a no encontrarlo y dejar de lado esa seguridad que ofrecía, ese optimismo acompañado de pocas inyecciones.
Esta pareja y su bebé asistieron a las honras fúnebres. (Foto: Oriel Trujillo Prieto)
Recuerdo cuando me comentaba que se desvelaba pensando en lo alto que vivíamos. Temía que mis niños —Grétel y Orielito— cometieran una travesura en el balcón de un onceno piso. Le aseguré que lo mantenía cerrado sin posibilidad de un desliz y así y todo seguía intranquilo.
Cuando mi hijo tenía un año y le demostraba con orgullo cómo identificaba todos los instrumentos musicales, me dijo: “¿Te fijaste que al único que le pone música es al violín?”, no dejes eso de la mano, así lo hice y así ocurrió, es violinista, y solo a él le ofreció un concierto en privado, con apenas siete años.
Ante una paratos ferina o como dicen los chinos: “la tos de los cien días”, algo que conocí por él, me lo atendió todo el tiempo. Me quejaba de que nada quitaba el olorcito de aquel vómito casi constante. Para eso no me recetó medicamentos; sin embargo, me dijo: “límpialo con agua con bicarbonato, le quita el olor”, y así fue.
Sabemos que la muerte, esa intrusa y despiadada que no sabe distinguir, llega a todos. Se me antoja que, como mismo viviste como quisiste, moriste cómo, y cuando quisiste. No hay quien se explique tanta grandeza, primero para enfrentarla con dignidad y luego, creo, hasta para seleccionar su propio día. El 7 de diciembre murió Antonio Maceo y es el Día de Tributo a los combatientes caídos en misiones internacionalistas. Ese fue el que decidiste partir, como para que si alguien osa olvidarte, que lo dudo, no pueda lograrlo.
Foto: O.T.P.
Tu esposa, tus hijos, tus nietos, los compañeros de trabajo, tus amigos, todos los que debían estar al lado de tus cenizas estuvieron y como pediste quedaron esparcidas en el jardín del hospital pediátrico Eduardo Agramonte Piña, tu hospital, al que le dedicaste lo mejor de tus saberes, el de la ética, la excelencia, la docencia, la investigación. En cada rinconcito que renazca una flor habrá un pedacito de ti, germinará tu sabiduría y sabrás, con tu luz, proteger a tus niños, a tus alumnos, a tu Salud Pública, así te quedas, nunca te irás.
Foto: O.T.P.
Foto: Orlando Durán Hernández.
Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)
3 comentarios
Cuqui -
Atiénzar -
Gracias por entrar, leer y comentar.
Enrique Atiénzar Rivero -