Profesor Orfilio Peláez: un hombre que no se ha ido
Hoy, 17 de enero, a 10 años de la muerte del eminente científico camagüeyano Profesor Orfilio Peláez Molina, ofrezco una entrevista de dos que tuve el privilegio de realizarle a propósito de visitas de trabajo aquí; esta, publicada el 4 de octubre de 1997 en el semanario ADELANTE, de la ciudad de Camagüey, su ciudad. Por la trascendencia de su investigación y aporte a la Salud en el Mundo, al crear la técnica quirúrgica para tratar y detener el avance de la Retinosis Pigmentaria él seguirá recibiendo el reconocimiento más perdurable: el recuerdo y el amor de su pueblo.
Razones para el orgullo de Orfilio
Nuestro oficio nos proporciona un privilegio tremendo porque nos autoriza a adentrarnos en mundos diferentes, e incluso, en la vida de algunas personas con matices dignos de dar a conocer aunque no siempre de la talla de este Doctor en Ciencias Médicas, especialista de II Grado en Oftalmología y Profesor Titular: Orfilio Peláez Molina.
Estos datos, más que es miembro de la Academia de Ciencias de México, de la Sociedad Ergoftalmológica Española, de la Sociedad Mundial de Ergoftalmología, que ostenta la condecoración y medalla Carlos J. Finlay, y es Héroe del Trabajo de la República de Cuba, pueden ocasionar una visión distorsionada de su personalidad, por lo que me aventuro a definir cómo es él.
Para mí este hombre es investigación, pero también es tenacidad, altruismo, honestidad, lealtad y modestia, divorciado de toda presunción de suficiencia y egoísmo, dos calificativos, por no llamarlos defectos, que dice no tolerar.
--Sabemos que es camagüeyano y con usted el chovinismo nos delata.
“Sí, soy de la entonces Finca Arroyón, de Magarabomba, hoy perteneciente al municipio Céspedes, y nací el 17 de noviembre de 1923”.
--¿Dónde estudió sus primeros años?
“Una parte de la primaria en la escuela Tulita Agüero, en Sta. Rita entre Sta. Rosa y San Ramón, te estoy diciendo los nombres antiguos de las calles. Terminé la primaria con mi madre, en casa, y de la misma manera hice la secundaria con el apoyo de un maestro que mi padre albergó”.
--¿Y el bachillerato?
“Un martes 13 de septiembre a finales de la década del ’30 me presenté al examen para estudios por la libre. Recuerdo muy bien la fecha porque mi madre se oponía rotundamente a que lo hiciera por aquello de la superstición, decía que todo me saldría mal, y como no fue así, cursé los dos primeros años mediante ese método, y para los tres restantes vine a Camagüey y me gradué en 1944.
“Luego ingresé en la Escuela de Medicina en La Habana, donde siete años más tarde terminé. No creas, los capitalinos me tildaban de “ñongo”, Ah, en Camagüey no podía ni entrar al Liceo por mi procedencia campesina”.
--¿Por qué se inclinó a la Oftalmología?
“Realmente me gustó desde siempre”.
--¿Le resultó fácil?
“De ninguna manera. Si bien estudié Medicina porque mi familia tenía una posición económica buena, la Oftalmología propiamente dicha estaba en manos de una élite y con mucha incidencia en la tradición familiar. Yo la estudié como honorario sin ganar un centavo, y la terminé en 1952, como Oftalmología General en la Liga contra la Ceguera, hospital que dirigía al triunfo de la Revolución, sin dejar mi condición de médico.
“Todos los estudios los agradezco a mi padre, quien tuvo la gran virtud de no importarle el quedarse solo en el campo y darnos profesiones a sus tres hijos, pues mi hermano varón estudió la abogacía y la hembra Farmacia”.
--Y dentro de la Oftalmología ¿qué lo motivó a investigar sobre la retinosis pigmentaria?
“Eso es otra cosa. Resulta que en mi época de estudiante tenía un compañero y amigo que tropezaba con las cosas y no veía muy bien de noche, cuestión que él me confesó. Lo convencí para consultar a un especialista y lo llevé con mi profesor. Él le diagnosticó la retinosis pigmentaria.
“Cuánta tristeza sentí ante tan poco valor humano, pues ese profesor que admiré tanto hasta ese día ofreció como primera receta que dejara sus estudios y en segundo lugar que se buscara un perro, porque la ceguera era inminente y sin retroceso, aunque lo peor vino después. Mi amigo se suicidó.
“Desde entonces sentí como que tenía una deuda y quise saldarla desentrañando todo lo que estaba a mi alcance acerca de esta enfermedad, con vistas a aliviar el dolor de tantas y tantas personas”.
--¿Fue fácil para usted dar a conocer el resultado de sus investigaciones?
“No, nada de eso. Sufrí mucho, no me hacían caso. Algunos incrédulos se mantenían al margen, y de otros tuve que soportar injurias y mucha falta de ética profesional, pero como no soy conformista seguí adelante y encontré un tejido del organismo del propio paciente con propiedades nutrientes, ya que esta enfermedad, fundamentalmente hereditaria, radica en la falta de nutrición de la reina”.
--Me contó su esposa que no había alguien más contento que usted cuando dio con lo que tanto buscaba.
“Figúrate, después de tantos y tantos años de investigación y pruebas en animales. Esa era mi vida”.
--¿Quién resultó más perjudicada en esos años?
“Mi familia. Aunque no los privé ni a mi esposa y mis tres hijos del cariño y el apoyo, sí dejé pasar muchas festividades, días feriados, pero ellos estaban de mi lado”.
--Supe también que usted operó a un familiar de uno de los presidentes de América Latina, y por los resultados de la misma, este le escribió a Fidel para felicitarlo por contar en su país con logros de esta naturaleza. ¿Qué pasó después?
“Bueno, a partir de allí comenzó todo de nuevo, pero de otra forma. Nuestro Comandante en Jefe, con esa sensibilidad que lo caracteriza, se interesó personalmente por lo que hacíamos, y el 11 de septiembre de 1989 cuando se celebraba el acto de recordación al extinto presidente Salvador Allende, en el hospital que lleva su nombre y en medio de su discurso me dio la palabra para que hablara sobre la retinosis pigmentaria.
“Recibimos todo el apoyo necesario, quedó instituido el Centro Nacional de Retinosis Pigmentaria, y ya en 1992 se inauguró el Internacional “Camilo Cienfuegos”, el cual dirijo, y fíjate ya tenemos 12 de carácter provincial en todo el país”.
--Aparte de conocer que ese es el turismo de Salud que más divisa ha aportado a nuestra isla, ¿qué resultados recogen las estadísticas?
“En un 78 por ciento de los pacientes intervenidos quirúrgicamente –cubanos y extranjeros—se ha detenido el curso de la enfermedad, de ahí la importancia de su detección precoz, en el 16 por ciento se observa una mejoría de la visión y del campo visual, y en el resto el padecimiento continúa desarrollándose, no sabemos por qué, y esto es algo que queda por investigar”.
--¿Cuántos días a la semana dedica a operar?
“De lunes a viernes y paso entre 6 y 8 horas en el salón, de ahí sigo a la consulta externa”.
--¿En cuánto se calcula este tipo de intervención quirúrgica en el extranjero?
“Entre unos 40 ó 50 mil dólares”.
--Conozco que en fechas señaladas recibe tarjetas de buena parte del mundo, ¿qué le representa este hecho?
“Un orgullo, pero sencillo, y también nos dice que escogimos un buen camino”.
--¿Qué es lo primero para usted en la vida?
“Mis pacientes, no duermo tranquilo mientras alguno está en problemas”.
--Si tuviera que mencionar un motivo de orgullo, ¿cuál sería?
“El que Fidel creyera en mí, en lo que yo hacía y me apoyara, además”.
--¿Si le pido mencionar un motivo actual de tristeza?
“El conocer algún caso de falta de ética en mis colegas. Cuando incrédulos prefieren que sus pacientes queden ciegos sin remedio antes de recomendarle nuestra terapéutica quirúrgica, que incluso, ya emplean más de 50 oftalmólogos cubanos. Tanta pobreza de espíritu nos entristece, es amargo pensar en ellos”.
--Por lo general detrás de una dedicación como la suya hay otra u otras personas, en su caso ¿es así?
“Desde luego es María Adela Mendoza Marrero, mi esposa, que también es camagüeyana. Ella ha sabido estar conmigo en las buenas y en las malas, y fue mi primer instrumentista de salón por mucho tiempo”.
--Usted fue uno de los 13 oftalmólogos que se quedaron en Cuba al triunfo de la Revolución, ¿en qué no ha pensado siquiera?
“En el retiro”.
COMO COLOFÓN
Creo oportuno mencionar qué pensaba el Profesor Orfilio Peláez acerca de ¿cómo debe ser un científico? Y cito: “Un científico debe ser investigador por excelencia, tiene que partir de una base sólida si quiere llevar a cabo una idea y no descansar en el empeño. En mi caso, yo decía, hay que buscar, tengo que buscar un tejido propio de la persona afectada para transplantárselo, porque evidentemente cuando los injertos vienen de otro ser son mayores los problemas éticos, de rechazo del organismo y otras cuestiones que atentan contra el objetivo”.
Además, que el Doctor Orfilio Peláez recibió la Orden Carlos J. Finlay, el Título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, el Premio Visión otorgado en la Ciudad de Los Ángeles, California, en 1993, fue objeto de un homenaje en la Academia de Medicina de Cartagena de Indias, en Colombia, estuvo en la Universidad de la Sapienza de Roma por su lucha contra la ceguera, pertenecía a las Academias de Ciencias de Cuba, México, Bulgaria, Cartagena de Indias, en Colombia, del Colegio Médico de Ópticos de Puerto Rico, a la Sociedad Ergoftalmológica Española y a la Mundial Ergoftalmológica y Miembro de Honor del Instituto Barraquer, de Barcelona, España, y de la Alcaldía de Venecia, Italia.
Autora: Olga Lilia Vilató de Varona
Foto: Otilio Rivero Delgado
Corrección: Oriel Trujillo Prieto
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