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Algo sobre mi vida

Pipo: evocación por tu cumple 105

Pipo: evocación por tu cumple 105

“El día de mi cumpleaños 80 se celebró de sorpresa en casa de mi hermana Laura, estaban todos mis hermanos y casi todos mis sobrinos. La verdad, me emocioné, pues al llegar  comenzaron a besarme y a abrazarme, ¡fue algo inolvidable!” Así escribió mi padre en sus memorias acerca de este suceso que recoge esta foto junto a Mima, su esposa y mi madre.

Hoy 24 de octubre cumples 105 años. Aunque digo cumples y aseguro te siento conmigo, te fuiste de este mundo con 97 años de edad, pero con la satisfacción de que supiste que te amábamos, lo mismo tu familia de origen que la creada por ti después. Tuviste esa suerte.

Te cuento que tus hijos sí leímos tus memorias en las que decías no tener la seguridad de que lo hiciéramos, me pregunto ¿por qué?, ¿acaso creíste no nos importarían?, lo dudo. Al leerlas, algunas cosillas me hicieron reír, otras me hicieron llorar; unas ya las sabía y otras no, mas en todos los casos me hicieron feliz porque tú lo fuiste en tu niñez, adolescencia, juventud y adultez y en eso tuvimos que ver muchos.

Pipo: conversaba tanto contigo que hoy vuelvo a hacerlo aunque de una manera diferente. Lo hago desde los recuerdos y buscaré la forma de darte alguna noticia. Tuviste mucha suerte por la familia que te “tocó”, como siempre digo, y con la que formaste, la que se selecciona.

Como todo ser humano no soy perfecta y estoy segura de que algunas insatisfacciones provoqué en ti; sin embargo, si con alguien puedo comparar cuánto te quiero es con tu devoción hacia mi abuelo Pedro. Te pido permiso para compartir este escrito de tus memorias y cito: “Cuando papá me llevaba al cine él mismo me preguntaba, ¿qué película viste? Y yo siempre le contestaba ‘a papá’ porque lo quería tanto que no le quitaba los ojos de encima”.

Veo cual suerte de película cómo me enseñaste qué eran el mar, las nubes, cómo ver en cada una de ellas una figura distinta, también me explicaste cómo se miraba al horizonte y hasta qué era ser un hombre de seis pies, y no precisamente porque le sobraran extremidades.

La primera vez que monté en avión me diste una lección de la diferencia en el verdor de la naturaleza, me decías: “Mira cuántas tonalidades de verdes”.

Nunca te impusiste sin argumentos a alguna decisión mía por joven que yo fuera, y cuando lo hiciste ¡acertaste!, sobre todo cuando con apenas 11 años quise irme a estudiar a Minas del Frío, nada menos que Magisterio, esa profesión que tanto respeto y que jamás me llamó la atención. Me dijiste entonces: “A tus años todavía no puedes decidirte por una carrera que arrastrarás para el resto de tu vida, si cuando crezcas mantienes esa inclinación seré el primero en apoyarte”. Te doy las gracias por eso.

Mi primer novio pidió mi mano de traje, cuello y corbata y sin tener mi sí por respuesta porque aún pequeña me comentaste un día: “Cuando pidan tu mano primero tengo que darle el visto bueno y si a mí no me gusta a ti tampoco”. Cuál fue mi sorpresa cuando casi con 16 años pidieron mi mano y me llamaste muy asombrado casi para ofrecerme disculpas delante del casinovio porque aquello había sido una jarana: “Cuqui —me dijiste medio en broma y medio en serio— a ti es a quien tiene que gustarte el muchacho”.

Tras nueve meses de relación a distancia, pues él estudiaba Medicina en la Universidad de Santiago de Cuba, ni corto ni perezoso me comentaste: “La novia del estudiante jamás será la esposa del doctor”.

Cuando me ponía holgazana en los estudios y quería que me contaras la obra literaria a estudiar porque todas te las habías leído me respondías: “Mejor la lees y después la comentamos”. Eso también te lo agradezco.

Me dijiste un día: “Lee Las Impuras y Las Honradas para que te des cuenta que las impuras no lo son tanto”, y cuando te pregunté: ¿Y las honradas?, con una rapidez tremenda me aseveraste: “Para mí las mujeres siempre son honradas”; me diste una clase de caballerosidad y respeto hacia las mujeres.

Me llevaste de la mano a estudiar Ballet Clásico y lo dejé pasados algunos años en contra de tu voluntad y cuánto me pesó después, esa es como digo a menudo mi mayor frustración confesa.

Por supuesto, no éramos dos robots uno frente al otro que coincidíamos en todo. Discrepamos muchas veces en temas de política internacional, nacional, asuntos sociales y hasta personales, pero te confieso algo que no estoy convencida de habértelo dicho a tiempo: al final de la jornada siempre tuviste la razón.

Si tuviera otra oportunidad de vida, quisiera ser hija tuya y de Mima de nuevo, eso sí, sería mejor en todo, menos leguleya, más estudiosa y mejor persona.

Se me olvidaba la noticia. Con el post que coloqué en mi blog acerca de cómo te fijaste en Mima por vez primera, pese a vivir a solo dos cuadras y que titulé: Amor de otro tiempo, no importa, amor igual, alcancé un Premio en el Coloquio de la Prensa Escrita 2012, en Periodismo Digital. Te lo cuento porque es muy reciente y sin la vanidad del Premio en sí mismo, sino porque a partir de esa historia real comenzó el romance que nos trajo al mundo a mí y a mi querido hermano Fefi, eso es lo que me enorgullece del hecho.

Tienes que saber algo más: te necesito todos los días de mi existencia. Si estuvieras a mi lado cuántas cosas te contaría y más que eso: te amo siempre, recibe mi beso cumpleañero, tu hija, Cuqui.

 

Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Foto: Otilio Rivero Delgado

Mi madre es adulta mayor y no lo sabe

Mi madre es adulta mayor y no lo sabe

Esos ojos con sus 85 años encima eran la delicia de mis amigas y amigos, y hasta de uno que otro de la familia. Yo quería tenerlos como ella.

Como he dicho en otras ocasiones mi padre le llevaba a mi madre 20 años. Aunque él gozaba de una muy buena salud, ella se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo hasta su último día. Cuando permanecía sentado ella le subía y le bajaba los pies a ratos, le suministraba los alimentos a su hora, le daba agua, en fin…

Si mi padre se tocaba la cabeza ella le preguntaba: “¿Pipo, te duele la cabeza?” y él con esa lucidez y dulzura que lo acompañaron siempre le decía: “Mima, a mí nunca me ha dolido la cabeza” y se reía para quitarle inquietudes de encima. Así transcurría un día tras otro hasta que quedó sin su amado Pipo y por eso quería irse con él porque “allá” estaría solito y tendría frío. Mi hermano y yo pensábamos que ella nos duraría poco en ese estado.

Fueron transcurriendo los días y los meses. Yo, que iba a visitarla a diario, cuando llegaba me comentaba: “¿Y ese milagro?” De esa misma manera recibía a mi primo Luisín, sobrino de mi padre que la va a ver muy a menudo.

Pero llegaron otras preocupaciones para nosotros. Como mi madre vive con mi hermano, María del Carmen (su nuera), y Rafe (su nieto más joven), empecé a notar que cuando mi hijo, a quien adoraba, se enfermaba, ella no llamaba a saber de él, cosa que hacía varias veces al día en casos como este, incluso, por pura rutina. No sabía de Grétel, su nieta mayor y a quien dedicó y entregó buena parte de su vida y no preguntaba por ella. Eran actitudes muy extrañas.

La llevamos a Cárdenas a casa de su sobrina Lily y allí sí que dejó de ser ella. Creía que estaba en su casa, preguntaba cuándo llegarían Fefi (mi hermano), y Rafe y nos sorprendía con conversaciones sin sentido. La llevamos a Varadero y parada frente al mar me dijo: “Si tú dices que estamos en la playa, pues estamos, porque yo no veo el mar”.

Esa semana y ese día de playa fueron los más amargos de mi vida, quería regresar ya. Cuando llegamos a Camagüey y a su casa todo cambió. Volvió a ser la misma de una forma casi mágica, pero al pasar los meses la memoria se le iba y sin regreso.

Aun con su Alzheimer comía solita, sabía que se llamaba Olga Emilia de Varona Rodríguez, y a veces recordaba quiénes eran sus hijos…, pero a partir del 22 de febrero del 2012 que sufrió una fractura de cadera y de pelvis y tuvo que ser intervenida quirúrgicamente, a decisión de mi hermano y mía, por supuesto, porque no podría vivir con tan inmenso dolor, fue entonces un poquito hacia atrás.

Ahora, aparte de tener que bañarla, hay que darle la comida y todo lo demás, como a un bebé. Todavía recuerda su nombre aunque olvidó el segundo: Emilia y piensa un ratico para responder. No sabe que tiene hijos, pero nos llama, también a su nuera sin recordar que lo es. Llama a mamá, a papá y a los muchachos, que creemos sean sus hermanos.

Tiene que “pedir permiso” a mamá para esto o lo otro y a Pipo, ese Pipo, mi padre, que ella adoraba lo menciona menos. En ocasiones no sabemos si lo identifica con mi hermano o no.

Mantiene hábitos de tener su boca limpia al comer, no gusta de las conocidas “malas palabras”, ni de que le levanten su bata de casa, ah, ya no camina y permanece sentadita en un sillón que mi hermano le mandó a hacer especialmente por su situación.

No puedo decir que ella no es feliz, sí que su mundo cambió. No somos felices nosotros, quienes la queremos y vemos cómo ese puntal de nuestro hogar se va debilitando en todos los sentidos. Cómo llora o ríe sin razón aparente, no sabemos qué piensa su cerebrito.

Sí disfrutamos dándole mucho, mucho amor, el que ella recibe sin límites y lo ofrece igual, es besona, da las gracias cuando uno la baña o le da la comida. Es un amor.

Los primeros tres meses de operada permanecimos mi hermano y yo a su lado y Lilí, la suegra de mi hermano que la acompaña desde la muerte de mi padre; luego Fefi se reincorporó al trabajo y más atrás yo a propuesta de él mismo. Tengo que decir que Fefi, ese hijo mayor de mi madre es muy especial, conmigo, con ella y como cuidador, parece un hijo-enfermero graduado en la mejor Universidad del hemisferio.

Les comento que cuando su tía Raquel, quien la crió por quedar huérfana tempranamente estaba en una situación similar, mi madre nos exigía: “No me dejen vivir así, me ponen una inyección y ya”. Imaginen qué pedido, algo imposible de cumplir, la queremos como está.

Un día como hoy, 1ro. de octubre y Día Internacional del Adulto Mayor podría mencionar innumerables cifras a nivel mundial, nacionales y provinciales que estoy segura encontrarán en disímiles publicaciones, empero preferí mi anécdota personal, por si acaso sirve de paradigma a alguien en la misma situación.

Dos recomendaciones considero válidas en los tiempos que corren; la primera: que sí, es bueno mirar al futuro y pensar mucho en los ancianos desde el punto de vista deportivo, de cultura, salud y educación y todo lo que ello representa para elevarles su calidad de vida y a enseñarlos a envejecer; y segundo: que todo esto vaya aparejado con la visión de que el envejecimiento acelerado de la población aumenta, como sucede en Cuba y otras naciones, por lo tanto debe tenerse en cuenta un programa con vista a garantizar el reemplazo generacional, a estimular la fecundidad, y a su vez a crear las condiciones idóneas para la atención de los ancianos por la familia y la sociedad, pues habrá muchos más casos de viejecitos con Alzheimer o demencias asociadas, un verdadero desafío para los países y familiares.

La preparación para tal reto radica también en que no todos los ancianos llegan a esas edades acompañados; también hay que educar a la población porque los cuidadores son un eslabón vital en casos como estos. El cuidador tiene que cuidarse y valga la repetición de palabras, de lo contrario el anciano sufrirá las consecuencias al igual que quien lo tiene a su cargo

No se trata solo de ser bueno con nuestros padres y abuelos como pago a sus desvelos por nosotros, se trata de hacerse cargo de ellos por amor, el único sentimiento que hace posible todo, vence hasta el obstáculo más difícil y este es uno de ellos, el que mi hermano sabe sortear como manager de su buen equipo.

 

Texto y foto: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Padres en mi vida

Padres en mi vida

El título no se aviene con la verdad tácitamente porque solo he tenido un papá: Rafael Ángel (Pipo) (1907-2005) y como digo siempre, aunque fallecido, lo pienso en presente. No puedo hacerlo de otra manera. De él he dado a conocer algunas cosillas en mi blog.

Este post lo considero obligado por ser hoy el Día de los Padres, a él se lo debo y a los otros también y ya verán por qué. Para mí esa frase tan manida que a veces se torna cierta de tanto que la repiten, de que padre es cualquiera es tan absurda e injusta que me mortifica.

Albergo en mi mente y en mi corazón cuánto amor nos entregaba mi padre a mi hermano y a mí, cómo nos hablaba, tan preclaro en las cuestiones de la vida toda, tan adelantado a su tiempo, y tampoco olvido el amor y la devoción que le profesaba a su padre, mi querido abuelo Pedro, cómo nos contaba con pasión que al graduarse de Abogado en la Universidad de La Habana su primer choque de abogado defensor fue cuando lo hizo con su propio padre.

Mi abuelo salió absuelto; primero, porque era inocente; segundo, porque mi papá consiguió probarlo. Era una acusación injusta, cuya causa conservo cual reliquia familiar.

Mi papá, abogado en ciernes entonces desandaba los pasillos de la Audiencia capitalina y me contaba que hasta las secretarias lo miraban y trataban con lástima, claro, por su juventud e inexperiencia, y hasta se ofrecían para mecanografiarle sus alegatos. Con ese mismo amor y el dolor de haberlo perdido despidió el duelo en sus honras fúnebres, muy sui géneris por cierto, pues recuerdo que mi abuelo falleció ese día de tanta Historia para los cubanos, el 10 de octubre, pero de 1966 (yo tenía 12 años). Un funeral donde a mi abuelo le rendían honores militares y los masones, sí, porque peleó en la Guerra de 1895, fue Teniente Coronel y Jefe de la Plaza del Camagüey y también Masón, como lo era José Martí.

Yo no fui a su sepelio, pero quienes asistieron dijeron que recordarían siempre cómo mi padre había tenido ese valor y de la forma que lo hizo. Yo me enorgullecía de su oratoria cada Día del Abogado, aquellos 8 de junio. Al escucharlo siempre me daban deseos de llorar, así es que en esa ocasión tan especial, preferí no estar.

Otra anécdota curiosa de la responsabilidad que se siente al ser padre es esta. Mi papá no podía ver sangre, se desmayaba, y cuando mi madre llegó a la otrora Colonia Española, hoy pediátrico provincial Eduardo Agramonte Piña, para parirme a mí en 1954, en ese centro hospitalario para asociados, no encontraron un médico que la asistiera, pues el Dr. Abelín Marrero, quien la atendía y era amigo de la familia, se encontraba en una operación de urgencia, ¿qué imagina? pues que mi papá fue el ayudante de una enfermera muy mayor que apenas veía. Se olvidó de la sangre, solo pensaba en su esposa y en su hija, por lo que me decía: “Yo sí te vi nacer y primero salieron tus ojos y después el cuerpo”, ¡vaya jaranita!

Algo que caracterizaba mi relación con mi papá era la confianza. Él confiaba ciegamente en mí o al menos eso me demostró siempre y yo en él, claro, y aquí va un ejemplo. Con apenas 11 años ingresé en la Secundaria Básica, allí, un profesor de Artes Plásticas (que no me impartía clases a mí sino a los varones) me dijo en dos o tres ocasiones: “Alumna, quiero pintarla, quiero que sea mi modelo”.

Decidí contárselo a mi padre y él me respondió así: “Cuando vuelva a decírtelo le respondes que venga a mi casa a pintarme a mí y luego le daré permiso para que lo haga contigo”. No habían transcurrido 48 horas y ya yo estaba ofreciéndole mi respuesta con una seguridad tremenda, hasta me limpié el hombro porque él me tocó para llamarme la atención. Ese profesor nunca más me dirigió la palabra. Asunto concluido.

A estas alturas quizás se esté preguntando y ¿por qué el título? Por ahora me referí a mi padre y abuelo paterno, pero hay otros. Oriel, mi esposo y padre de mi hijo. Él hizo las veces de padre tres años antes de yo parir a nuestro hijo. Estuvo a cargo como yo de mi hija-sobrina Grétel y de una manera excelente. Luego llegó Orielito, le lavaba sus pañales a cualquier hora para apoyarme sin atisbo de machismo alguno, le preparaba unos purés como para chuparse los dedos y hoy por hoy nuestro hijo con sus 23 años se alimenta con comidas de calidad y buen gusto cuando son preparadas por su padre, yo no compito en ese asunto y si lo hiciera, perdería.

¿Algún reproche? Sí, por supuesto, yo me incomodo cuando mi esposo olvida alguno de mis pedidos y le comento: ¿Cómo no se te olvida nada en absoluto que tenga relación con Orielito? Por eso sus olvidos han sido perdonables.

Me queda otro padrezote: Emilio Blanco Díaz (Emi), ya fallecido. Él fue el tío-político, que junto a su esposa Raquel (Raca) y tía de mi madre, crió bajo sus alas a la Nena (mi adorada madrina y prima de mi mamá), a mi madre y sus cuatro hermanos que quedaron huérfanos con edades entre 12 y 2 años; sin embargo, la vida le jugó una mala pasada, se vio privado de Emilito, su único hijo, a causa de un accidente. Emi, porque así le decíamos mi hermano y yo volcó todo su amor paternal en ellos y en nosotros, fue un abuelo como pocos.

Claro, Justo Andrés (Justico) y Raquel María, los hijos de mi madrina, también formaron parte de sus adoraciones y fue muy bien correspondido.

Yo, en mi inocencia infantil, sin tener en cuenta todo aquello de los lazos sanguíneos y los genes, le decía: “Emi, yo quiero tener los ojos azules como los tuyos y tus piernotas”, y él, con una dulzura única me respondía algo sobre mis ojos que no mencionaré aquí, empero, ¿de las piernas?: “Tienes que comer mucha calabaza para que te engorden las pantorrillas”.

Nunca vimos a Emi bravo, jamás peleó con nosotros. Nos ofrecía amor con su inmenso corazón sin pedir nada a cambio, solo ofrecía. Lo considero uno de los padres más padre que haya conocido hasta sus 96 años vividos.

Con padres así tenemos que quitarnos el sombrero y hacer la mejor de las reverencias.

Sirvan estas sentidas anécdotas personales para que todo Padre que entre hoy a este blog reciba mis felicitaciones, porque estoy convencida de que son también muy especiales.

 

Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Fotos: Orlando Durán y álbum de la familia

Fotomontaje: Otilio Rivero Delgado

Mi Madre y mi Hijo

Mi Madre y mi Hijo

En la foto, mi mamá con cuatro de sus seis nietos, el día de su cumpleaños 80.

Si me preguntaran, ¿Qué carrera falta en todas las universidades del Mundo?, respondería sin titubeos: la de ¿Cómo ser Madre?

Quienes apostamos por serlo, la mayoría de las mujeres, nos enfrentamos al mayor reto de nuestras vidas. Un reto del día a día. No solo en el período de la concepción y parto (que no es nada fácil), al menos no lo fue para mí, sino la crianza, esa es la más difícil y no termina nunca. Desde que una concibe esa criaturita en el vientre comienzan las incertidumbres: ¿Cómo vendrá?, Al nacer, entonces comenzamos con aquello de: ¿Por qué llorará, qué le dolerá?, hasta que la compenetración se establece de tal manera que de mirarnos ya sabemos por dónde andamos.

Es inigualable la etapa de la lactancia materna. En esos momentos, que son muchos, pero se van rápidos, tenemos la oportunidad de hablarles con cariño, conversar, sí, conversar entré él y una solamente, sin interrupciones, con un amor tan especial que el bebé lo percibe y es recíproco con su mirada, su gesto y hasta con un beso cuando se va poniendo grandote.

Estar pendiente del hijo amado nunca sobra. Los ¡Cuidados!, ¡Eso no!, también hay que aprenderlos a decir en su instante, como mismo le comentamos, ¡Qué lindo!, ¡Qué bien!, por supuesto, todo acompañado del apoyo emocional, material, y sobre todas las cosas con amor, mucho amor.

Las etapas del círculo infantil, las escuelas Primaria, Secundaria…, son sucesos en los que nunca debemos dejarlo de la mano. El resultado que obtengamos lo acompañará el resto de su vida.

Hay que tener coraje, sí, coraje, para ser Madre. Esta tiene que estar decidida a ser paradigma, a enfrentar el dolor y a algo que me comentaba un amigo hace unos días, a la separación, sí, porque cuando aprende a volar con sus propias alas ya no nos pertenece, elije su camino de la misma manera que un día lo hicimos nosotros y para esto sí que debemos prepararnos y prepararlos, para que actúe del mejor modo posible, aunque estemos seguros de que no vivirá nuestras propias vidas.

Esta pequeña clase, nada magistral y sí con un poco de intrusismo profesional si de Psicología se trata, no la aprendí en las aulas, la obtuve en mi hogar, con mis padres. Mi Madre, esa que doy gracias todos los días por ser la que me tocó, se llama Olga Emilia. Ella nos decía cosas a mi hermano y a mí que me he “cogido” repitiéndoselas a mi hijo casi textualmente. Como los tiempos han cambiado, las conversaciones entre madre e hijos también. Hoy son más profundas, sin ambages. Todo es más directo; no obstante, confieso que en mi casa no había una rigidez militar, pero sí reglas que cumplir y eran cumplibles. Lo que no puede variar en generación alguna, así, no puede variar, es el aspecto afectivo, es para siempre y por siempre.

Mi madre nunca trabajó en la calle, dicho sea de paso, porque no quiso. Ella era como un reloj que garantizaba a cada segundo lo que correspondía a mi hermano, a mí y a mi padre, todo. Nosotros no pasábamos trabajo en casa, ella se encargaba del más mínimo detalle.

Sin ser hija de reyes, viví como una princesa. Mi madre no quería que yo hiciera nada. A pesar de que nada es nada, no encuentro otra forma más clara de expresarlo ahora, así de momento. Ni siquiera me dejaba entrar en la cocina. No exagero al confesar que jamás vi freír un huevo, nunca vi preparar un pollo, tanto fue así que cuando fui a cocinar uno no le había quitado las tripas.

Sin embargo, ella después se enorgullecía de que sabía hacer de todo. ¿Cocinar?, tengo que ser sincera, pese a que sé hacerlo no me gusta ni un poquito, no es mi fuerte.

Hago un poco de catarsis hoy Día de las Madres, para llamar de algún modo la inspiración de escribir estas líneas, antes de reencontrarme con mi Madre. Ella no sabe quiénes somos, pero llama a Fefi y a Cuqui (nosotros, sus hijos), cuando necesita algo, también a María del Carmen (su nuera), pero hay más, se preocupa por su mamá y su papá, ella que quedó huérfana a la corta edad de 11-12 años. Esto nos da la medida de cuánta falta nos hacen nuestras madres y de cuánta falta les hacemos a nuestros hijos.

Ese cerebrito, el de mi madre, que ha borrado cosas increíbles a la edad de 85 años, siempre tuvo y tiene un lugar para sus padres.

Con toda la sencillez de este Mundo, dedico este post a la autora de mis días que nació el 7 de marzo de 1927, esa que dentro de un rato estará saboreando el cake que le llevaré sin ella saber por qué, pero que tanto le gusta. Hoy recibiré sus besos, esos que ofrece como nadie y su mirada de infinito amor.

Aunque parí un solo hijo, confieso que sentí ese amor maternal desde el nacimiento de mi primera sobrina: Grétel. A ella la hice mía y me lo creí de veras. No sé qué pensará de esta tía-madre, pero para mí, ella sí es mi sobrina-hija, o mejor, mi hija-sobrina, quien me dio mi primer nieto-sobrino: Danielito, otro de mis tesoros.

También lo dedico a mi hijo, ese que me regalé un 31 de marzo de 1989, y me lo regalé porque ese mismo día nací yo en 1954. Fue el mejor regalo de mi vida. Cumplí mis 35 adolorida y feliz. Orielito, mi hijo, me ha hecho sentir viva como nunca antes, es mi orgullo y, petulancia aparte, considero que es mi obra más perfecta.

 

Texto foto: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Aún no me incorporo, pero...

Aún no me incorporo, pero...

Para los amigos que acostumbran a entrar a mi blog, que como siempre digo, tanto quiero, les cuento que mi mamá se recupera. Con la intervención quirúrgica se libró del terrible dolor y puede sentarse.

Todavía no me reincorporo al trabajo por razones obvias, ella necesita mucho de mí y de mi hermano. Ambos estamos juntos en esto.

Estoy bajo terapia de láser, para disminuir el estrés y las migrañas, que dicho sea de paso, se dice que las tres cuartas partes de los pacientes con migraña somos mujeres. Agradezco a la Doctora Concepción Pontón, que tan amablemente me acoge en su consulta cada vez que necesito de su tratamiento.

También a quienes por aquí, Facebook y Twitter se han interesado por la salud de mi mamá y me han deseado tantas cosas lindas.

Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Imagen: Tomada de Internet

Los dejo por unos días

Los dejo por unos días

Dejaré de escribir en mi blog por unos días, no tengo idea de cuántos. Mi madre sufrió una caída con una complicada fractura de cadera y de pelvis. Se recupera de la intervención quirúrgica que fue un éxito, realizada por un excelente equipo de Ortopédicos y de Anestesiólogos y Reanimadores, del hospital universitario Manuel Ascunce Domenech, de esta ciudad de Camagüey, aunque al estar ella demenciada las cosas son más complejas. Ahora me dedico a mi mamá por entero y espero, a mi regreso, no haber perdido a los lectores asiduos a esta página que tanto quiero.

 

Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui)

Imagen: Tomada de Internet

Amor de otro tiempo, no importa, amor igual

Amor de otro tiempo, no importa, amor igual

Cualquiera, hasta el más sedado, recibe encima un cubo de agua sucia y reacciona, mas eso no sucedió así hace más de 60 años. Rafael Ángel y Olga Emilia vivían cerca, muy cerca. Él, 20 años mayor, con una bonita apariencia y una elegancia muy suya a la hora de vestir le cambió en segundos.

Iba por la calle Joaquín de Agüero, del reparto La Vigía, donde vivían ambos. Él, impecable, como siempre, dirigía sus pasos hacia un almuerzo. Al menos así lo contaba. Ella, muy blanca, pelo negro, delgadita y con par de ojos como cuentas de esmeraldas en su faena de limpieza, lanzó el agua sucia sin mirar y lo bañó, así de fácil, lo volvió una sopa de no sé qué.

Los dos contaban, y digo contaban porque él falleció hace siete años y ella vive, pero sin recuerdos coherentes, que él, muy caballeroso no dijo palabra alguna, se sacudió un poco, como pudo y regresó sobre sus pasos. Ella, muerta de la risa y coloradita a más no poder se escondió detrás de las persianas de la ventana.

Al rato Rafael Ángel volvió, sí, pero por la acera de enfrente. Él decía que iba muy orondo para aparentar que nada en lo absoluto había ocurrido. Con el rabo del ojo supo que Olga Emilia esperaba pacientemente tras la ventana. Esperaba por su regreso.

Ese día él se fijó en ella y ella en él. El amor tocó a sus puertas. ¿Cómo siguió la conquista después?, no lo supe en detalles. Tuvieron dos hijos y seis nietos; un bisnieto y una bisnieta llegaron después. Ah, cuando dieron la buena nueva a la familia acerca del matrimonio ya los papeles estaban en camino. Claro, abogado él, era asunto de minutos. Fueron directo camino al altar de la Iglesia de San José, del propio reparto, un 24 de agosto.

¿La diferencia de edad? No, eso no fue un problema. Solo un día en La Habana, en plena Luna de Miel, ella se vistió color rosa y se peinó muy juvenil, como le correspondía, y él pensó: “Parece una niña”. Por eso se preguntó: “¿Cómo se lo digo para no disgustarla?” Entonces se decidió y le dijo: “¿No te parece que estás muy primaveral?” Ella, sin mediar palabra cambió su atuendo. Esta vez lo escogió muy bien, parecía toda una Señora.

Nunca más Rafael Ángel sintió esa angustia, nunca más Olga Emilia cambió su vestidura. Creo que solo de mirarse sabían qué quería el uno del otro. Ese cubo de agua sucia les trajo el amor de otro tiempo, no importa, amor igual, y hoy Día de los Enamorados o de San Valentín, como se llame, lo recordé todo muy rápido y quise regalar parte de esa intimidad familiar. ¿Separados?, Sí, solo por la muerte, si lo sabré yo que soy la hija.

 

Autora: Olga Lilia Vilató de Varona

Foto: Del álbum familiar

Corrección: Oriel Trujillo Prieto

Nota:  Hoy saqué de contexto el tema de mi blog por ser 14 de febrero, el Día de los Enamorados o de San Valentín porque mis padres, fueron todo un ejemplo de amor, respeto y dedicación, no solo entre ellos, sino hacia mí y mi hermano, algo que quise compartir con ustedes. Aunque a decir verdad, el que ofrece y recibe amor también tiene salud, ¿sí o no?

Para mi familia

Para mi familia

A la llegada de estos días de Noche Buena, Navidad, Fin de Año y Nuevo Año pocos escapamos del recuento. Quizás, algunos lo hacen solo alrededor del año que termina, y otros, como yo, no pueden abstraerse a los recuerdos de tantos y tantos, que unas veces me alegran y otras me entristecen.

Como mi familia materna y paterna vivían en la misma cuadra de ese reparto que tanto quiero de mi Camagüey, donde me crié y que es La Vigía, no pasábamos trabajo alguno para los encuentros de rutina, mucho menos esos que se relacionan con estas fechas.

Mi hermano y yo íbamos de una casa a la otra; a la de mis abuelos paternos: la de Doña Celia y Don Pedro, así les decían. Tuvieron ocho hijos, de lo cuales conocí a siete teniendo a mi padre en cuenta. Sabía de Enrique por fotos, ese que mi padre adoró siempre, y que un accidente dejó a Enriquito y a Javier sin padre y a nosotros los muchos sobrinos sin ese tío. Aquí agrego ahora algo que nunca debió faltar: el orgullo que sentimos todos, los de la familia, de contar con ese Don Pedro Vilató Arteaga, que peleó en la Guerra de 1895 con apenas 14 años, a él, a mi abuelo, el beso con el respeto de siempre, como dicen muchos: "donde quiera que esté".

Recuerdo aquel lechón asado en medio del patio interior, a lo largo de una mesa y a todos contentos. Yo, como mi papá con ese gusto de compartir, pero segura de que el puerco más sabroso era el que no sabía a puerco, porque preferíamos el pollo. Mi madre y mi hermano sí comían el pellejito, la carne y al otro día disfrutaban de la montería, a mí eso no me pasaba ni por la mente, nunca me llamó la atención. Sucedía todo en la calle Joaquín de Agüero entre Julio Sanguily y Gonzalo de Quesada.

En la misma esquina de Julio Sanguily y Joaquín de Agüero ocurría otro tanto. Era la familia de mi madre. Allí estaban Raca (Raquel) y Emi (Emilio), los tíos que criaron a mi mamá desde que era una niña. Fueron verdaderos abuelos para mí y para mi hermano. También convivían con ellos la Nena (Raquel), su hija y mi madrina, una segunda madre para mí y para mi hermano, su esposo Andrés, su suegra Fita (Rafaela) y sus dos hijos, esos que eran como nuestros hermanitos más pequeños: Raquel María y Justo Andrés (Justico).

Pero como dice la canción: El Tiempo pasa… la vida va cambiando. Siempre no fueron tan así los días navideños. Hubo algunos que pasamos separados porque las escuelas nos trasladaban hacia el campo, lo mismo a recoger tomates que a hacer de todo en la caña, menos cortarla, por supuesto, y sin luz eléctrica y otras comodidades la pasábamos entre amigos y amigas. Nos hacían una comida especial, y lo confieso, extrañaba y a la vez me divertía, ¡qué no logra la juventud! Luego, al pasar los años supe que mis padres no conseguían pasarla bien sin nosotros y hasta sus lagrimitas echaban.

Ahora la vida cambió. Seres de los más queridos ya no están para siempre, otros se decidieron por otros caminos. De todas maneras aquí me queda una parte de mí muy importante: en primer lugar mi hijo Orielito y Grétel mi sobrina-hija que son la razón de mi vida, ella con un retoño de dos años ya con su papá Michelo. Mi madre, que aunque no sabe bien quiénes somos, nosotros sí sabemos quién es ella y cómo fue con todos. Oriel, mi esposo, que al decir de mi padre: “mejor no lo quiero conocer” y Fefi, mi hermano, ese que me nombró Cuqui para siempre y él mismo se endosó el Fefi, con quien cuento para todo y como él mismo dice no le doy un sí por complacencia porque la sinceridad, nuestra sinceridad, para mí es tan vital como la vida misma. Él, con una prole de cuatro hembras y un varón.

Tengo la dicha de poder contar con la familia de mi marido y con la de María del Carmen, la esposa de mi hermano. Eso no todo el mundo puede decirlo y que sea una verdad como la mía.

Es por eso que aún así, con todos los que me faltan para ser feliz, me acojo a las esperadas vacaciones para estas fechas. Me mantengo en casa, me visitan y visito, me llaman por teléfono y llamo a otros. Nunca paso los días como aquellos, pero soy feliz, los disfruto a mi modo y siempre deseándole la mayor felicidad del mundo y con mucha salud a quienes me rodean, a quienes me quieren y hasta a quienes no me quieren tanto, y ahora agrego a los lectores de mi blog que se han sumado a esta linda familia, para mí la mejor porque es la mía. Por eso hoy actualicé a CuquiSalud.blogia.com con varios temas y este que les dedico.

¡Felicidades a todos y que el 2012 sea mejor! Los quiero.

 

Autora: Olga Lilia Vilató de Varona (Cuqui, para que resulte más íntimo)